No
es atípico que el tópico “tempus fugit”
(el
tiempo huye, el tiempo se escapa, el tiempo vuela) aparezca en combinación con otro “latinajo”: “carpe diem”, que nos insta a vivir el tiempo presente porque
este se nos escurre como arena de playa entre los dedos como si fuésemos un
reloj de arena.
Esta idea procede del Libro III de las Geórgicas, obra del poeta latino Publio Virgilio Marón,(70-19 a.C.) donde escribió: ''Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus,singula dum capti circumvectamur amore''. Que traducido es algo así: ''Pero mientras tanto huye, huye el tiempo irremediablemente / mientras nos demoramos atrapados por el amor hacia los detalles.'' (Geórgicas, III, 284-285).
Últimamente, supongo que debido al tiempo que ya he “consumido”, soy más consciente de que la vida tiene fecha de caducidad. Cuando me asalta este pensamiento me invaden dos sentimientos: cierta desazón (por llamarlo de alguna manera) y un profundo agradecimiento por lo vivido. Este agradecimiento se acentúa en estas fechas navideñas que vivo como una fiesta para los sentidos.
Pero
de lo que yo quiero hablar en relación al tiempo y al paso irremediable de la vida,
es de una especie de “percepción” que vivo durante estas fiestas de “paz para
las personas de buena voluntad”.
El
tiempo es oro”… se dice. Es cierto, y cuanto menos tiempo se tiene más se
percibe como un bien preciado, pero el
tiempo sin vida es como un cheque sin fondo. El tesoro no es el tiempo que nos
queda por vivir, sino la cantidad de vida que hemos “atesorado” durante el
tiempo vivido.
Por
cierto, hay un secreto más que parece percibirse mejor en estas fechas: se gana
aquello que se da y se pierde lo que uno retiene. Esto es válido también con la
vida.
La
vida, como el amor, es movimiento que sale de sí para volver de nuevo a ser lo
que es. Por tanto si no se traspasa se pierde gran parte de la ganancia. El
mejor negocio, quiero decir, es dar y
perder a manos llenas la vida. El resultado es asombroso.
Desde lo más básico como el agua, la comida, la ropa… a lo más esencial como una mirada, un abrazo, un gesto amable, algo de “tiempo compartido”… a lo más sublime como el amor recíproco.
Cuanta
más vida –nuestra vida- pongamos en manos ajenas a fondo perdido más se
incrementará el “valor de nuestras acciones”. Ojo, a fondo perdido, pues de lo
contrario te conviertes en un mero prestamista, y haces del otro un objeto de
valor mientras “rinda”. El quid de la cuestión está en “perder”, pues cuanto
más se pierde más se gana. Tan absurdo como efectivo.
Navidad… un tiempo idóneo para “invertir en acciones”, ¿no te parece?
Navidad… un tiempo idóneo para “invertir en acciones”, ¿no te parece?
Un
libro: “El guardián del tiempo” de Mitch Albom
Un CD de música: “Acuérdate de vivir” de Ismael Serrano
Una película: “Cuento de Navidad” de Disney (2009)
Una oración: La parábola de los talentos (Mt. 25,14-30)
Un deseo: menos relojes y más tiempo para compartir-se
Un CD de música: “Acuérdate de vivir” de Ismael Serrano
Una película: “Cuento de Navidad” de Disney (2009)
Una oración: La parábola de los talentos (Mt. 25,14-30)
Un deseo: menos relojes y más tiempo para compartir-se