Dolor, no pases de largo


Mi padre murió hace seis semanas y necesito expresar algunas cosas. Supongo que lo mejor sería hablarlo, intimidad a mi alrededor no me falta. Pero cuando intento hacerlo los pensamientos fluyen de tal manera por mi cabeza que hablarlos es una torpeza. Así que he decidido escribir. En el fondo lo prefiero. Me obliga a serenarme para poder escucharme a mí mismo y a ordenar mis sentimientos. Necesito sangrar en palabras para no permitir a la herida que ocupe más de lo necesario.

Supongo que el mejor sitio para hacerlo no es el blog, aunque he decidió hacerlo así. No me preguntes por qué. Por ello si das con estas palabras, querido lector, te pido perdón de antemano por dejar que Luna… mi querida Luna, me desnude sin pudor alguno en este universo que he creado. No quiero que pienses que quiero hacerte mi confidente, ni mi cómplice. Esto lo hago por necesidad personal.

Durante los días posteriores a la muerte de mi padre he escuchado los consejos que siempre se dan en estos momentos y las palabras de consuelo que todos decimos… las que yo siempre digo. A día de hoy me sigue llegando algún “pésame” y alguna frase de ánimo como: “la vida es así y hay que seguir adelante”.

Por supuesto que la vida sigue y hay que seguir adelante. Pero sigue sin él. Sin ocupar el lado izquierdo de la cama; sin el olor de la colonia que sus hijas le regalaban cada cumpleaños; sin su genio y su sonrisa; sin las manos rotas de darlo todo pues nunca aprendió a guardarse nada; sin su voluntad expresa de mantener a su familia unida…

La vida sigue, si… ajena a nuestros deseos y anhelos.

Por otro lado las personas de fe te expresan (expresamos) de diferentes maneras el consuelo que proporciona Dios. Como si éste se apresurara a domeñar el dolor por nosotros para hacernos el camino más llevadero. Quiero decir que soy persona de fe. Quiero decir también que la fe no atenúa el dolor, no le resta intensidad, ni le obliga a arañar menos nuestro interior. La fe, en todo caso, se mantiene a la espera, pacientemente, al final de cada cruce de caminos para mostrarnos que el sufrimiento no asegura sinsentido alguno, más bien todo lo contrario. Éste esconde un sentido profundo de las cosas. Lo que no tiene remedio es su paso flagelante por nosotros.

La fe, además, también nos ayuda a decidir qué vamos a hacer con ese dolor. Podemos permitirle más poder del que en realidad tiene y rendirnos sin darle cuartel o podemos desenredar la maraña de contradicciones que provoca y adivinar la vida que esconde en sus entrañas.

Por eso he decidido no apretarle el paso a este dolor que ahora me acompaña insoportable. Quiero que me toque, que me hiera lo suficiente para no evitar la herida y su cicatriz.

Por supuesto que el dolor no es bueno en sí. En sí mismo es un sinsentido. Lo que intento expresar torpemente con palabras es que puede que el dolor sea como una especie de megáfono que la vida utiliza para hacerse entender en mundo de sordos. Y nos hace despertar, por un momento, a esa parte de “realidad” que no queremos ver. Porque la verdad, muchas veces, duele. Este dolor lo asemejo al golpe que da el escultor sobre la talla y de cómo la gubia hace saltar el trozo de madera. Si observamos tomando la suficiente distancia podremos ver como la figura va tomando cuerpo. El dolor ya no es sólo dolor, toma entonces otro sentido.

Por tanto asumo la herida en lo profundo porque tengo la certeza de que algún día tendré que vivir circunstancias en que me vendrá bien sentirla. Porque ella me recordará que aquí sólo estamos de paso. Que no merece la pena malgastar el tiempo en tanta cosa caduca y hay que aprender a ir a lo esencial… a vivir desde la raíz… a vivir en verdad.

Ella, la herida, me encaminará hacia mi fragilidad como lo más mío. Y, si aprendo a vivir el dolor como se debe, estoy seguro que encontraré una fortaleza que va más allá de cualquier fuerza conocida. Esta certeza me viene de una palabra tan milenaria como viva. Me refiero a la Biblia: al éxodo, a la Pascua, a Jesús, a Pablo de Tarso… y a tantos otros que a lo largo de la historia han dado vida a esa sabiduría.

Como he dicho al principio ninguna de estas certezas atenúa el dolor. Pero quien sabe que la semilla tiene que morir para ser lo que en realidad es, sabe que el dolor es parte del tránsito. Porque somos eso: continuo tránsito.

Por eso te pido que no me desees un sufrimiento fugaz. No quiero que parte del sentido de la vida me pase de largo por no ser capaz de reconocerla, de vivirla, en su inevitable tránsito.