Ya pasó el tiempo en que vivía inmerso en el
presente. Recuerdo las mañanas en el "cole" y las tardes rebosantes
de vida. Vida que exprimíamos jugando a las canicas, a las chapas, a los
trompos o peonzas, al escondite, al fútbol, a las motos (clavando a un palo una
lata de pintura e introduciendo en ella una vela)... éramos unos eruditos del
juego vestidos con coderas en las camisas y rodilleras en los pantalones que ya
habían sido de nuestro hermanos o primos mayores. Éramos felices y no lo
sabíamos, sólo había tiempo para serlo.
No recuerdo, en cambio, cuando fui consciente por primera vez que ese era mi
pasado, y el pasado del barrio donde eché raíces. El mismo donde ahora no
juegan los niños en sus calles.
Puede que tomara conciencia mientras caminaba
por el Paseo de las Palmeras, mucho antes de que la ciudad de Ceuta, de
donde soy, le ganara terreno al mar y nos robara a los paseantes el ruido de
las olas y el olor a sal. Puede que fuera mientras leía caminando alguno de los
libros de mi padre que empezaban a interesarme. No lo sé. Pero sí recuerdo, con absoluta claridad,
cuando mi vida cambió para siempre.
Ella había venido del norte a la parroquia que había sido mi patio de recreo,
mi escuela infantil, mi confidente... Había llegado de la "península"
a pasar unos días que cambiarían nuestras vidas. Ella no lo sabía, ni yo. Pero
así fue.
Han pasado los años, ajenos a mis deseos, y ahora soy yo quién se molesta cuando mis hijos hincan las rodillas en el suelo y se ensucian. Quien tiene que estar atento, con ojos hasta en la nuca, porque no se les puede perder de vista pues no es seguro.
Han pasado los años, ajenos a mis deseos, y ahora soy yo quién se molesta cuando mis hijos hincan las rodillas en el suelo y se ensucian. Quien tiene que estar atento, con ojos hasta en la nuca, porque no se les puede perder de vista pues no es seguro.
Los barrios ahora no son espacios donde la
vida descansa sentada a la puerta junto al vecino al caer la tarde. Donde los
niños gritan, ríen, se pelean, juegan y... juegan. Ahora las cocinas no huelen
a cocinas durante la mañana. Los barrios, son dormitorios gigantes que esperan
vacíos, como una mascota ansiosa, a que lleguen sus dueños cansados. Los niños
tienen extra-escolares y tareas (como si tantas horas de esfuerzo fueran
pocas). Los papás "curran" hasta tarde (si tienen mucha suerte de
hacerlo), y las mamás, desde que han conquistado su libertad ya no sólo
trabajan en casa, sino también fuera de ella.
Cómo ha cambiado todo. Hasta los motes de los
amigos (que aún se siguen poniendo motes, aunque no es correcto) me suenan
extraños. Recuerdo a mis amigos " el sapo", "el abutarda",
"el negro"... ¿Cómo me llamaban a mi?, creo que “el flaco”. Ahora los amiguitos se apodan
"Play", "Wii", "Boing", "Clan"...
Suenan raros, ¿verdad?
Ahora soy yo quien repite las mismas anécdotas
y no mi padre. Quien se emociona con las fotos de cuando era niño. Quien mira
al futuro, que no dejará nunca de ser incierto, con cierto respeto. Ahora sueño
con las vidas de mis hijos cuando sean mayores y escucho los temores de su
madre, que no puede evitar sufrir hoy por lo que sufrirán mañana.
Me acuesto tarde casi todas las noches, como queriéndole robar un poco de tiempo a la vida, pues ahora sé que no es el tiempo quien pasa sino yo. Me acuesto un poco más tarde que ella, que había venido del norte a la parroquia que había sido mi patio de recreo, mi escuela infantil, mi confidente... Había llegado de la "península" a pasar unos días que cambiarían nuestras vidas. Ella no lo sabía, ni yo. Pero así fue. Así es cada día. Así es cada noche.
Me acuesto tarde casi todas las noches, como queriéndole robar un poco de tiempo a la vida, pues ahora sé que no es el tiempo quien pasa sino yo. Me acuesto un poco más tarde que ella, que había venido del norte a la parroquia que había sido mi patio de recreo, mi escuela infantil, mi confidente... Había llegado de la "península" a pasar unos días que cambiarían nuestras vidas. Ella no lo sabía, ni yo. Pero así fue. Así es cada día. Así es cada noche.